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La creciente implantación de sistemas de almacenamiento de energía en baterías (BESS) ha puesto de relieve la necesidad de ir más allá de la mera instalación de celdas nuevas y explorar modelos que prolonguen su vida útil, reduzcan costes y atenúen el impacto ambiental.

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Cuando las baterías de iones de litio de vehículos eléctricos pierden aproximadamente entre el 20 % y el 30 % de su capacidad original, dejan de ser óptimas para la movilidad, pero conservan suficientes prestaciones para aplicaciones estacionarias. Aprovechar este margen residual convierte lo que hubiera sido un residuo problemático en un recurso valioso que permite sostener el crecimiento de la generación renovable.

Para que una batería de segunda vida forme parte de un BESS es imprescindible someterla primero a un riguroso diagnóstico que determine su estado de salud y su capacidad remanente. A través de pruebas de carga y descarga se analizan parámetros como la resistencia interna y la uniformidad de las celdas. Una vez identificado el rendimiento de cada módulo, se agrupan aquellas unidades con características similares y se reemplazan las células defectuosas antes de ensamblar nuevos paquetes. Finalmente, se instalan sistemas de gestión de baterías (BMS) que adaptan su lógica a la naturaleza heterogénea de estos conjuntos reacondicionados.

Cuando llega el momento de retirar las baterías tras su segunda vida, comienza la fase de reciclaje, una operación clave dentro de un enfoque circulatorio. Primero se realiza la trituración mecánica para separar carcasas y materiales estructurales. Después, mediante procesos hidrometalúrgicos o pirometalúrgicos, se extraen metales críticos como litio, cobalto y níquel con la suficiente pureza para alimentar nuevos ciclos de fabricación. Este flujo inverso reduce drásticamente la extracción de materias primas vírgenes y minimiza la generación de residuos peligrosos.

El modelo de economía circular genera ventajas. En lo ambiental, se evita la liberación de CO₂ asociada a la minería y el refinado de metales. En lo económico, el coste de los módulos de segunda vida puede llegar a ser hasta un 40 % inferior al de las baterías nuevas, lo que reduce el coste nivelado de la energía (LCOE) de los proyectos BESS. Además, la creación de una cadena de valor centrada en el diagnóstico, el reacondicionamiento y el reciclaje fomenta la generación de empleo especializado.

No obstante, todavía persisten barreras que ralentizan su adopción masiva. La ausencia de estándares uniformes para evaluar y certificar el estado de salud de las baterías complica su homologación en distintos mercados. La logística inversa, con transporte seguro y almacenamiento intermedio, supone un reto operativo y económico. Asimismo, la heterogeneidad inherente a las celdas de segunda vida exige protocolos de control de calidad extremadamente detallados y eficientes.

Mirando hacia adelante, la digitalización y el desarrollo de pasaportes electrónicos para cada batería prometen mejorar la trazabilidad y simplificar las operaciones de segunda vida y reciclaje. A su vez, la evolución de las tecnologías químicas de recuperación augura mayores niveles de pureza en los materiales recuperados, impulsando un ciclo verdaderamente sostenible. La economía circular aplicada al almacenamiento de energía no solo prolonga la utilidad de las baterías, sino que se perfila como un pilar fundamental para la transición hacia un sistema energético 100 % renovable.

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